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La primera colección de arte corporativa fue creada en 1472 por la Banca Monte dei Paschi di Siena, una propiedad familiar de Siena. En ese momento, coleccionar arte era una actividad para las élites, que adquirían o encargaban obras que en su opinión reflejarían y, presumiblemente, también elevarían su estatus y prestigio.

Desde entonces, las empresas han continuado coleccionando obras de arte, pero la naturaleza de sus colecciones y los propósitos subyacentes en la adquisición de obras de arte han evolucionado considerablemente. Hoy en día, las colecciones de arte corporativas están incluidas tanto en las estrategias de Responsabilidad Social Corporativa como en los programas de bienestar de los empleados. Según Chiara Paolino, profesora de Teoría Organizativa de la Universidad Católica del Sagrado Corazón de Milán, que ha investigado las colecciones de arte corporativas italianas, «Lejos de ser una mera inversión basada en la pasión y la imagen de marca, las colecciones corporativas ahora se ven en gran medida como una mejora de la calidad del entorno laboral, que puede beneficiar directamente a la salud social y económica de una empresa».

Además, las colecciones de arte corporativas y sus compradores son ahora una fuerza importante en el mercado del arte mundial, y eso ha supuesto un beneficio para el conjunto del ecosistema del mundo del arte: artistas, marchantes, asesores, tasadores y, efectivamente, suscriptores de seguros. Todos ellos se han beneficiado del deseo de «(mejorar) la calidad del entorno laboral».

Diferentes objetivos y enfoques

Por lo general, los analistas señalan a David Rockefeller como el creador de los fundamentos y de los fines de respaldar las colecciones de arte corporativas en la era moderna. Fue un comprador sofisticado con buen ojo que creía que los empleados y los clientes también debían poder experimentar y disfrutar del arte en sus vidas diarias, que el arte no debía quedar relegado únicamente a los museos o a los hogares de patrones ricos como él mismo. Después de iniciar un programa de adquisición de arte en la década de 1950 en un importante banco estadounidense, muchas otras grandes corporaciones multinacionales siguieron su ejemplo.

Esta práctica continúa en la actualidad, aunque con enfoques y argumentos diferentes. Algunas empresas, por ejemplo, simplemente asignan una parte de sus presupuestos operativos al arte y, a menudo, contratan a un asesor para decidir qué adquirir y dónde mostrar las diferentes piezas. Para estas empresas, la idea suele ser adornar lo que, de otro modo, sería un lugar de trabajo bastante monótono.

En el otro lado del espectro, tenemos a empresas con grandes presupuestos y compradores de arte especializados que suelen estar presentes en el «circuito» de exposiciones, subastas y ferias en busca de obras atractivas. Muchas de estas empresas también encargan piezas directamente a un artista. Las motivaciones de estas empresas tienden a ser más complejas y matizadas. Para algunas de ellas, las colecciones de arte se consideran un elemento importante de su identidad corporativa y su imagen de marca. Para otros, apoyar y mantener a los artistas locales es un objetivo primordial.

Más recientemente, empresas tecnológicas líderes también han empezado a crear sus propias colecciones corporativas, a menudo con un giro innovador. Una empresa líder de medios sociales, por ejemplo, fundó un programa de artistas residentes y encargó a los artistas locales la colaboración con sus empleados para el diseño y creación de obras de arte para sus diferentes oficinas. Del mismo modo, otra importante empresa de Silicon Valley suele encargar a los artistas locales la creación de murales exclusivos para sus oficinas en todo el mundo, a la vez que anima a los empleados a votar sobre posibles nuevas adquisiciones e instalaciones de arte.

Aunque, como ya se ha señalado, los compradores de arte corporativos tienen enfoques diferentes a la hora de adquirir arte, una tendencia destacada es invertir en obras de artistas vivos. Según uno de los comisarios de una colección corporativa con una larga historia, por ejemplo, una prioridad importante es «coleccionar de un modo que pueda ser beneficioso para los artistas en lugar de para marchantes y casas de subastas». Este enfoque hace que los artistas modernos y contemporáneos estén abrumadoramente representados en muchas colecciones de arte corporativas. Por supuesto, los motivos de esto no son puramente altruistas por parte de las empresas que coleccionan obras de arte, y es probable que incluyan consideraciones como la estética, el coste y la capacidad de encargar y personalizar obras de arte de artistas vivos.

Sin embargo, el resultado para los artistas vivos cuyo trabajo es adquirido por las corporaciones es igualmente beneficioso. Según un estudio realizado sobre las colecciones de arte corporativas de los Países Bajos por la Facultad de Análisis Cultural de la Universidad de Ámsterdam, «Muchas colecciones corporativas, desde empresas multinacionales hasta organizaciones sin ánimo de lucro, muestran el arte de vanguardia producido por artistas que acaban de entrar en el mercado del arte, con lo que aumentan las posibilidades de que estos artistas reciban el reconocimiento necesario para formar parte del legado cultural del país». El estudio de esta Universidad también reveló que las colecciones de arte corporativas suponen hasta un 20 por ciento de la demanda de arte contemporáneo en los Países Bajos. Chiara Paolino confirma los hallazgos del proyecto: «Desde el punto de vista del artista, la colaboración con una empresa puede conducir a importantes oportunidades de crecimiento y vida externa, ya que le ofrece la libertad de explorar arte en un nuevo contexto, lo que a su vez puede aportar beneficios en proyectos posteriores».

No solo para empleados

Las colecciones de arte corporativas también pueden beneficiar al público que consume arte. Como parte de sus obligaciones en materia de Responsabilidad Social Corporativa, las empresas a menudo ponen a disposición del público sus colecciones, ya sea de forma temporal, a través de exposiciones exclusivas en museos o préstamos de piezas individuales a museos, o de forma permanente, como mediante la donación de obras de arte a hospitales.

La UBS Art Collection, por ejemplo, a menudo presta piezas que posee de artistas como Jean-Michel Basquiat, Lucian Freud y Roy Lichtenstein a exposiciones de museos. En 2005, su colección también fue objeto de una exposición exclusiva en el Museo de Arte Moderno. Del mismo modo, un conglomerado industrial turco convierte sus oficinas en un museo los fines de semana e invita al público a disfrutar de su colección. La Fundación Louis Vuitton abrió sus puertas al público en 2014 y cuenta con cientos de obras de arte, todas ellas creadas durante los últimos 120 años, que pertenecen a LVMH o a su director ejecutivo Bernard Arnault. Finalmente, en 2019, la Banca Monte dei Paschi di Siena puso a disposición del público su colección de forma regular. Hasta entonces, esta colección se mantuvo en secreto e inaccesible.

Desde la década de 1950, cuando David Rockefeller creó el modelo que todavía se aplica en gran medida hoy en día, las colecciones de arte corporativas y sus compradores han desempeñado un papel cada vez más importante en el desarrollo de las carreras de artistas emergentes y en el establecimiento de tendencias estéticas. Últimamente, esto se ha visto reflejado en un mayor reconocimiento del papel fundamental que desempeñan el arte y la comunidad artística en la sociedad civil, impulsado en parte por la creciente influencia de las empresas tecnológicas y sus grandes arcas. Y aunque existe una incertidumbre considerable acerca de cómo evolucionará la pandemia de COVID-19, uno de los «aspectos positivos» será un compromiso aún mayor entre las empresas para apoyar a los artistas y su trabajo.

Por su parte, 色多多视频se complace en patrocinar una vez más el Premio AXA Art junto con la Academia de Arte de Nueva York. Ya en su tercera edición, el Premio AXA Art es un certamen artístico con jurado de arte que celebra y promueve el arte figurativo de artistas emergentes. Las ediciones de 2018 y 2019 también incluyeron una exposición itinerante que, desafortunadamente, no se ha celebrado este año. El Premio está abierto a estudiantes universitarios y graduados que cursen estudios de arte en una universidad estadounidense. Las inscripciones están limitadas a cuadros, dibujos o impresiones figurativas. Los 40 finalistas ya han sido seleccionados por el jurado y los ganadores del primer y segundo puesto se anunciarán en septiembre.

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